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2025: ¿Un mundo sin reglas?

Por Cnel My (R) Gabriel Camilli

Las noticias procedentes de los campos de batalla de Ucrania son sistemáticamente malas para el régimen de Kiev.

A pesar de los intentos anteriores de negar los hechos, Occidente ha empezado ahora a aceptar lentamente que la tan publicitada contraofensiva ha terminado en desastre. Ucrania no publica cifras sobre sus pérdidas militares, pero según estimaciones independientes, ha perdido hasta 100.000 hombres en su fallida ofensiva en Kursk.

Cuando sale a la luz el estado general de degradación del ejército ucraniano, comienza el juego de las culpas.

El último artículo de The Washington Post es un buen ejemplo del cambio de tono.

El periódico estadounidense tiende a culpar a los ucranianos, mientras que los ucranianos critican a sus patrocinadores occidentales o se critican entre sí, según la situación. Europa aún no se ha unido al juego de las culpas, pero a su debido tiempo sin duda criticará las acciones de los ucranianos.

Paralelamente a esta realidad que tratamos de mostrar a nuestros lectores, con una mirada objetiva, profesional y realista, donde observamos una creciente deslegitimación de la legalidad internacional que deja espacio para un mundo sin reglas, donde sólo se aplica una ley: la del más fuerte.

Esto lo sabemos muy bien los argentinos. Para no irnos muy atrás en el tiempo y siendo breve, 16 de diciembre de 1965 la Asamblea General aprobó la Resolución 2065 por cuyo intermedio reconoció la existencia de una disputa de soberanía entre la Argentina y el Reino Unido e invitó a ambos países a negociar para encontrar una solución pacífica a la controversia.

A esta resolución siguieron muchas más hasta el 2025. El Reino Unido como hace siglos, no acata ninguna resolución. La ley del más fuerte.

El año 2024 nos ha mostrado una verdad peligrosa. Nos confirmó que el llamado Occidente Opulento, que dice respetar el derecho internacional, puede violarlo a voluntad y dejar que sus aliados hagan lo mismo.

Esta imprudente deslegitimación de la legalidad internacional se produce en el contexto de un tenso choque por la redefinición de los equilibrios globales.

Para contrarrestar a Rusia y China, Estados Unidos ha adoptado la narrativa de “defender el orden mundial basado en reglas”, un lema del que se hicieron eco los europeos ante la operación militar especial de Rusia en Ucrania.

Pero el apoyo incondicional garantizado por Washington y muchos países del viejo continente al exterminio de la población de Gaza ha expuesto la doble vara occidental en la aplicación de las normas internacionales.

También de esto sabemos bien siguiendo en forma directa lo acontecido en Gaza a través de un compatriota digno de honor y respeto del que poco se habla en estas pampas.

Ver “Uno tiene que tragarse las lágrimas y tratar de ser un signo de esperanza para todos”: el día a día en Gaza del sacerdote argentino Gabriel Romanelli.

Al cierre de este articulo una noticia impacta en el mundo: ¿El fin de la guerra en Gaza?

Anuncian un alto el fuego entre Hamás e Israel mediado por Qatar, Egipto y EE.UU. Pero horas después leemos, en La Prensa, “El primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu, aseguró que hubo una “crisis de última hora” con el grupo terrorista Hamás, por lo que se demora la liberación de los rehenes y el cese al fuego”.

No obstante, pensamos que esto no cierra la cuestión palestina, no garantiza un Estado seguro para los árabes de Tierra Santa y no resuelve el problema de fondo.

En este sentido, después de que la guerra ha provocado la desaparición de al menos el 5% de la población de la Franja (más de 120 mil personas) entre muertes directas y aquellas atribuibles a las consecuencias sanitarias y sociales del conflicto, la situación en medio Oriente seguirá siendo muy compleja.

Ante el ascenso de un mundo multipolar, Estados Unidos ha demostrado que está dispuesto a defender su supremacía por cualquier medio, primero con aventuras militares en Irak y Afganistán, luego con intervenciones “proxy” en países como Libia, Siria, Yemen, provocando así a Rusia, cuya invasión de Ucrania permitió a Washington volver a dividir en dos el viejo continente, mediante la creación de un nuevo telón de acero que restableció la dependencia de los países europeos de los Estados Unidos.

El ascenso de China ha sido contrarrestado con la imposición de aranceles, desacoplamiento, limitaciones a la exportación de tecnologías avanzadas y cerco militar en el Pacífico.

De acuerdo a nuestros análisis: Es muy probable que el promocionado ascenso de Trump a la presidencia, no traiga grandes cambios a este rumbo general trazado.

La Guerra en Ucrania no terminará tan rápidamente como algunos auguran.

Regresando al tema de nuestra columna referida a la lamentable, larga e irrestricta guerra europea, podemos señalar, volviendo a los clásicos, que no se debe perder de vista el objetivo ulterior de la angloesfera: Controlar Eurasia.

Desde los tiempos de Alfred Thayer Mahan, Halford Mackinder y luego Zbigniew Brzezinski, hasta nuestros días , la obsesión primero del Imperio británico y luego de los Estados Unidos (o sea la anglo esfera) ha sido impedir la integración de Eurasia a la sombra de una potencia hegemónica contraria.

Incluso hoy esta es la visión dominante dentro del establishment estadounidense: la batalla contra China, Rusia e Irán representa el nuevo capítulo de esta eterna competencia por el control de la masa euroasiática y, por tanto, por la hegemonía mundial.

A los ojos de la mayoría de los estrategas estadounidenses, se trata de un “juego de suma cero”. Aunque en este siglo como en el pasado, Washington ha liderado con diferencia el uso de una violencia militar desproporcionada, ven el mundo como un teatro en el que la única alternativa al dominio unipolar estadounidense es un desorden peligroso en el que no hay ninguna posibilidad de convivencia pacífica.

La llegada de Trump a la Casa Blanca cambiaria este enfoque básico sólo marginalmente.  ¿Por qué?.

Recordemos algunos Lemas trumpianos como “Hacer que Estados Unidos vuelva a ser grande” o “la paz mediante la fuerza”, siguen siendo fórmulas de carácter hegemónico.

Incluso en la visión trumpiana, son los EE.UU. los que siguen dictando las condiciones de la “paz”, posiblemente no mediante el uso de la fuerza militar directa, sino mediante el uso de “representantes”, la coerción económica y, en última instancia, el instrumento de intimidación del excesivo poder militar estadounidense, que en la visión de Trump debe preservarse a toda costa.

Una nueva “Doctrina Monroe”

Analizada desde esta perspectiva, la trumpiana no es otra cosa que la evolución natural del pensamiento estratégico estadounidense en las últimas décadas, que pasó de las intervenciones militares directas de George W. Bush al “liderazgo desde atrás” y al “equilibrio offshore” de Barack Obama.

En todo caso, son las prioridades las que están cambiando: ya no Rusia, sino China, que posiblemente se debilite con una guerra económica y tal vez apuntando a un importante socio energético como Irán.

Pero, sobre todo, una renovada atención al continente americano a través de la definición de una nueva “doctrina Monroe” destinada a restablecer el control sobre el continente, visto por Trump como la esfera natural de influencia de Estados Unidos. Un clásico.

La frase “Sea América para los americanos”, representaba las aspiraciones estadounidenses de hacer de sus hermanos del continente su propio “patio trasero”.

Varios iberoamericanos han refutado esta tesis: “La América para los americanos, quiere decir en buen romance: la América para los yankees, que suponen ser destinados manifiestamente a dominar todo el continente”.

Las recientes declaraciones del nuevo presidente van en esta dirección, según las cuales Canadá debería unirse a los EE.UU. como estado número 51, y Washington debería comprar Groenlandia y recuperar el control del Canal de Panamá.

Aunque extravagantes a primera vista, estas declaraciones no deben tomarse a la ligera, ya que señalan el deseo de Trump de contrarrestar el declive de Estados Unidos a través de una nueva proyección externa del poder estadounidense (aunque esto aún debe definirse concretamente).

El interés por Groenlandia, por ejemplo, no es nada extraño. Esta inmensa isla es rica en cobalto y otros minerales clave para la llamada “transición ecológica”, además de petróleo y gas. Y domina el océano Ártico que, con el derretimiento del hielo, empieza a adquirir una importancia estratégica para las rutas marítimas mundiales.

Estados Unidos ya tiene una importante base militar (la base Pituffik ) en Groenlandia, un elemento clave de su sistema global de detección de posibles ataques con misiles (pero también un posible punto de lanzamiento de ataques con misiles contra Rusia), aunque la isla está bajo soberanía danesa.

Pero lo que causó aún mayor sensación fueron las declaraciones de Trump hace pocos días, según las cuales no descartaba el uso de la fuerza militar para tomar el control de Groenlandia y el Canal de Panamá (mientras que con Canadá se limitaría a medidas de coerción económica).

El elemento más relevante que se puede extraer de tales declaraciones es el desprecio explícito por la legalidad internacional, a diferencia de la administración anterior donde este desprecio, aunque igualmente evidente, permaneció implícito.

El otro elemento, que se puede deducir del coro unánime de protestas provenientes de las autoridades de Panamá, Canadá, Dinamarca y otros países europeos, es que Trump creará problemas tanto para los aliados de Estados Unidos como para sus adversarios.

Por lo tanto, con Trump, Estados Unidos seguirá intentando poner fin a su decadencia y a su crisis interna imponiendo su voluntad hegemónica tanto a sus socios como a sus enemigos.

Para cerrar, no podemos dejar de señalar la importancia estratégica del Atlántico Sur y la Antártida. Mis lectores dirán ¿Porque no dicen nada de esto?.

Y lamentablemente debo recordar que la angloesfera ya controla el Atlántico Sur a través de su base militar en Monte Agradable en nuestras islas Malvinas usurpadas desde 1833, con presencia creciente y ascendente cada vez mas evidente.

O sea “América (desde Ártico al Atlántico Sur) para los americanos del norte”.

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