“¡LA PREGUNTA INDECOROSA!”

 


«No permitas que el ruido de las opiniones ajenas silencie tu voz interior. Y, lo que es más importante, ten el coraje de hacer lo que te dicten tu corazón y tu intuición. De algún modo, ya sabes aquello en lo que realmente quieres convertirte.” (Daniel Goleman)

 

LA PELÍCULA.
Recuerdo una película en los años noventa de nombre “La propuesta indecorosa” en la cual, había un magnate que ofrecía un millón de dólares a una pareja de clase media por pasar la noche con la esposa.

Desde luego que en la sociedad se hizo una gran polémica al respecto y había puntos a favor y en contra de ello, destacando los referentes a la personalidad de Robert Redford y a la belleza de Demi Moore.

La mayoría señalaba que la pregunta de “¿aceptarías un millón de dólares por una noche con tu esposa?”, sin duda era la más difícil que podría haber y la respuesta dependía de los valores, condiciones y circunstancias de cada uno. No sé si era fácil o difícil suponer el escenario, lo que sí se es que tal interrogante no debiera tener dificultad en gente decente y con amor propio; aunque muchos defendían su posición con la frase “cuando la necesidad entra por la puerta, el amor sale por la ventana”.

En fin, ante este triste panorama de prostitución consensuado en aras de un beneficio económico, lo único que quedaba era confirmar si esta era el cuestionamiento más difícil que podría haber; sin embargo, conforme pasaron los meses, esto se fue diluyendo y como consecuencia de ello, su complejidad fue relejándose junto con la moral social y la popularidad de nuevos padrones de conducta.

Ante ello, en los siguientes años me aboqué para encontrar una interrogante que mereciera calificarla de complicada sin resultado óptimo; no obstante, la pandemia me trajo una gran referencia que después me llevo a descubrir la respuesta tan ansiada.

Habiendo señalado esto, ahora puedo señalar con seguridad que la pregunta más sencilla es la que trae las respuestas más duras y sorprendentes: “¿cómo estás?”.

No cabe duda de que, durante esos años de encierro y limitación, hacerla era una evocación a múltiples de panoramas de difícil lógica y peor aún, de imposible consecución satisfactoria.

Bastaba formularla para asombrarte de la contestación acompañada de emociones inverosímiles que no siempre sabíamos manejar y, lastimosamente, cualquier palabra o gesto podría ser usado en nuestra contra.

La susceptibilidad de que éramos objeto nos mostraba algo increíble … ¡nadie se conocía en condiciones de encierro angustioso generalizado!

 

DOS PALABRAS.

“¡Cómo estás!”, “¿Cómo estás?”, “¿Cómo? ¡estás!” y “¡Cómo! ¿estás?” … ¡Es increíble, pero como cambia su significado con unas variantes en los signos gramaticales!

Ni hablar de la cantidad de respuestas a que estamos expuestos.

Si algo tenemos las personas en común, es la infinita capacidad con que contamos para expresar todo tipo de señalamientos al escuchar su sola pronunciación; incluyendo en sí otras interrogantes que nos llevan a un universo de vocablos que nos llevan a un cuestionamiento básico … ¿por qué las dije?

Y vaya peligro al que nos aventuramos si seguimos indagando en la respuesta, los minutos pueden convertirse en horas y días de reflexión al que no siempre estamos preparados, pero del que nos responsabilizamos por haber dado pie a ello.

Siempre que expresamos esos vocablos, debemos ser temerarios y exponernos a escuchar cincuenta, cien o más de mil palabras; después de todo, nosotros empezamos y cuando menos, debemos prepararnos para todo, en el entendido que cortar o limitar a la otra persona puede ser rudo o incómodo.

Alguna vez me decían que, si la respuesta se limitará a las opciones “bien”, “mal” o “regular”, estaríamos en la posibilidad de decidir si indagamos o no en ella; es más, hay quien señala que en nuestro cuestionamiento debería de venir una solución de opción múltiple para acotarla; suprimiendo de todas maneras cualquier alternativa que implicara explicaciones.

Cuando me ha tocado atender a kilométricas exposiciones propiciadas por mi cuestionamiento, me he percatado de la soledad de las personas y su necesidad por ser escuchadas y si bien, es cierto que esto pudiera ser inverosímil en un mundo infestado de redes sociales, descubro que tal situación no depende de la compañía sino de la actitud que tenemos en nuestra vida.

A mayor abundamiento, vislumbro la cantidad de personas que están rodeadas de su pareja, hijos, familiares, amigos o compañeros de trabajo y no se sienten satisfechas con nadie, quizás porque ellas mismas no están a gusto consigo mismas. Se alejan o se encierran en ellas y únicamente muestran lo que así convienen para su convivencia sabiendo que limitan gran parte de sí.

En ese supuesto, basta que alguien les brinde atención para sentirse escuchadas y abrirse y, sea mucho o poco, desahogarse de lo que les aqueja o mostrar sus frustraciones o quejas de los sueños que no han podido lograr.

Entiendo que, en este panorama, la idea del encierro al que fuimos expuestos en aras del virus del siglo, lo único a lo que nos orilló es a mantener más esta conducta y hallarnos culpables de no ser plenos. Sea justo o no, esto fue lo que paso; de ahí que cuando no aguantábamos y explotábamos nos convertíamos en seres que no queríamos ser sin importar las consecuencias. Pareciera que la mesura paso a ser un hábito lujoso en condiciones de pobreza humana y, tristemente, el lastimar a quienes nos importaban se pudo convertir en una constante.

Adicionalmente, bastaba ver en las noticias las consecuencias del encierro para percatarnos como este tipo de circunstancias nos muestran tal y como somos y, en muchas ocasiones, la desnudez que exhibimos de nuestro interior en nada corresponde a la manera en que procuramos ser.

En fin, si algo debiera ponerse de moda entre gente bien intencionada y máxime, cuando se enfrentan a situaciones extremas, es la habilidad para perdonar atendiendo a las circunstancias y condiciones de quien lo hace.

¿Hasta dónde llega el perdón? … la verdad no lo sé; sin embargo, lo que si he comprobado es que esa virtud no es para todos y lastimosamente, muchos no tienen interés de adquirirla o desarrollarla.

Alguna vez escuché que el número para perdonar era “setenta veces siete” … ¿lo crees?

 

¡NI CON DOLOR CANTO!

Recuerdo que había una película dirigida por el maestro René Cardona de nombre “¡También de dolor se canta!” y sin duda era una apología al sufrimiento de un grupo de personas en los años cincuenta; no obstante, me queda claro que muchos de nosotros ni con una avalancha de sufrimiento logramos encauzar nuestra voz para una adecuada entonación.

Atendiendo a nuestra realidad, me queda claro que perdonar es un don que involucra una decisión personal y consciente, que dispensa una pena a causa de una ofensa recibida u obligación incumplida, liberando sentimientos negativos y generando paz a pesar de lo ocurrido.

Alguna vez escuché a unas personas que mencionaban que se podía perdonar todo, pero era bastante cuestionable saber que en la decisión del otro nunca hubo un respeto; es decir, si sabían que su acción u omisión iba a causar dolor y, aun así, su elección fue continuar … ¿les importó en forma alguna el sentir del afectado?

Darse cuenta de que no se trató de un error sino de una acción pensada y consentida es un crudo despertar … ¿qué valor puede tener la persona que no aprecia a otro ni lo hace parte de su balanza emocional o racional?

No cabe duda … ¡qué difícil es perdonar!

Alguna vez leí un texto de Carlo Jung del cual cito: “quien mira hacia afuera, sueña; quien mira hacia adentro, ¡despierta!”; en ese contexto … ¿qué debemos hacer para perdonar?

Soñar que quien nos ofende será una mejor persona, que nos considerará, respetará y nos verá como un igual, o simplemente, darnos cuenta de su real valía a través de sus acciones y como tal, regalarle nuestra ausencia toda vez que no le fue de valor nuestra presencia.

Tomar una decisión será fácil si nos vamos al vínculo que nos une y a partir de ahí discriminamos debido a la distancia que mantengamos; sin embargo, cuando se trata de un familiar, hijo, hermano o padre … ¡qué difícil puede resultar!

¡Qué decir de cuando se trata de la pareja! … ese ser que se ha convertido en nuestro objeto de amor y ha llegado a ser el centro de nuestro universo, incluso nos ha llegado a desplazar a nosotros mismos; entendiendo que esto no debiera haber sido, pues el amor empieza por y con nosotros.

Es curioso darnos cuenta en que todo este relato empezó y se trató de dos palabras, las cuales ahora vale la pena dirigirte … Y TÚ … ¿CÓMO ESTÁS?

 

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Posdata: Agradezco al Consejo Mexicano de Comercio Exterior (COMCE) la invitación a la Cámara de Comercio Mexicano-Peruana (CCMP) para la presentación de la Misión Comercial al Perú 2025.

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