POLÍTICA Y SOCIEDAD
POR HUGO SERGIO GÓMEZ S.*
En memoria de mis primos: David, Isauro e Ignacio, que perdieron la vida en busca de petróleo.
Tampico, Tamps.- Recién se cumplieron 17 años de una de las páginas negras de la industria petrolera mexicana.
Fueron días de horror que se vivieron en la Sonda de Campeche, a 18 kilómetros de Frontera Tabasco, en una zona que en los años ochenta y principios de los 90 operó la plataforma Jalapa, de la Perforadora México.
LA FUGA del venenoso gas sulfhídrico (el cuerpo humano solo resiste en exposición moderada entre 20 y 50 partes por millón o microgramos por gramo) y el posterior derrumbe de la plataforma auto elevable Usumacinta que interactuaba en la reparación del pozo Kab 103, el cual dejó una estela de 22 muertos de los 73 tripulantes de ese equipo flotante de perforación.
Revisar un accidente de esta naturaleza demanda poner los ojos en los actos que la originan, el pánico, y replantearnos una interrogante: ¿Se pudo haber evitado ese desastre? ¿Hasta dónde es responsable el factor humano de la tragedia? Quiero decir un detalle que gravita sobre este tema de la accidentabilidad de la industria petrolera: mucha de la información y de los datos obtenidos hoy en día provienen de sendas recomendaciones de la entonces fuerte Comisión Nacional de los Derechos Humanos.
Sobre datos obtenidos de los deudos a través del Instituto Nacional de Acceso a la Información (INAI).
¿Qué pasará ahora que se debate su extinción y que Pemex se ha envuelto en la coraza de empresa del Estado? Volverán sin dudas los tiempos del viejo PRI en que habíamos de ajustarnos a la versión oficial.
Sin duda, hay en el contexto de este accidente órdenes previas, mal dadas, del personal en tierra y presión sobre los trabajadores eventuales que conducirían a este grave accidente; pero hay un aspecto que nadie ha valorado, pues se vivía la época fría de un panismo insensible a la tragedia humana. Con la mira puesta en los negocios nada más, en busca de un tesoro de México perdido en los confines del mar. Así se publicitaba la extracción de petróleo en aquellos aciagos días.
Nunca se dio publicidad a los petroleros, que ante la renuncia de una empresa extranjera controlaron la fuga de gas que emitía un estremecedor estruendo de 170 decibeles del gas sulfhídrico brotando desde los confines de la tierra con la fuerza de cinco mil libras de presión que salían por un orificio de dos pulgadas. Pero para que usted tenga una idea del riesgo que
corrieron los técnicos mexicanos, el oído humano solo soporta 60 decibeles; una turbina de un avión Boeing al despegar emite 120 decibeles. Nadie supo de la maniobra de muy alto riesgo
que PEMEX pidió a las siete superintendentes y decenas de técnicos y perforadores que lograron controlar la fuga. Déjeme contarle algunos detalles desconocidos quizá y darle algunos datos personales de por qué puedo analizar el evento con conocimiento de causa.
¿Se pudo haber evitado ese desastre? ¿Hasta dónde es responsable el factor humano de la tragedia, la cual dejó una estela de 22 muertos de los 73 tripulantes de ese equipo flotante de perforación?
El mundo del petróleo
Desde que tengo memoria, en mi casa se hablaba siempre de faenas ligadas al mundo del petróleo. De trabajadores que iban y venían de los viejos campos poblados de torres y maquinaria a la calidez del hogar. La ropa de mi padre que envolvía en una raída mochila de cuero viejo, solía estar impregnada de ese olor penetrante de las naftas que al contacto con el cuerpo se mezclaban con el sudor de muchos días de trabajo escarbando el suelo veracruzano.
Sin faltar unas toscas botas que protegían la punta con un casquillo de acero y un abollado casco de resistente aluminio que ataba por un costado. Trabajó tanto en plataformas petroleras en el mar como en tierra. Dos de mis hermanos trabajaron hasta su jubilación en la Sonda de Campeche, mientras yo serví casi 17 años en ese lugar en diversas facetas.
Primero apoyando desde un barco los trabajos de perforación marina en la empresa de Jorge Larrea, padre del actual dueño de minera México. Luego en lanchas rápidas de pasaje transportando a los trabajadores a sus centros de trabajo. Ahí conocí los altos riesgos de esos trabajos desconocidos para quienes hacen negocios desde los mullidos sillones de sus escritorios, desde donde dan órdenes o contra órdenes a los trabajadores de la industria lo que el caso de mi familia ha arrancado a tres miembros en sendos accidentes ocasionados por las
malas decisiones: Isauro, Ignacio y David.
Pero mi experiencia en la perforadora México me dio constancia de los riesgos que se enfrentan en el mar. Servimos cuatro años de apoyo a las órdenes de Guillermo Porter que era un hombre de la vieja escuela, hecho en la práctica donde se forjaron los mejores técnicos. En aquellos tiempos veía transcurrir semanas en el mar a bordo del buque abastecedor Mero anclando la barcaza Reforma y otras tantas, la Revolución, que maniobraba el intrépido capitán Alfonso Martínez Robles y un servidor como jefe de máquinas. Luego hicieron su arribo las modernas plataformas Jack Up como la Jalapa y la México que desplazaron a las viejas barcazas. Para mayor precisión era 1984 y en medio de la guerra civil en Centroamérica cruzamos el Caribe rumbo al Canal de Panamá con destino a puerto Peñasco Sonora
La fatalidad envuelve a la Usumacinta
La tragedia empieza a tejer su trama días atrás al 21 de octubre de 2007 cuando el superintendente de carácter eventual de Pemex Solís Rodríguez, destacado en la plataforma marina Usumacinta de la empresa Perforadora Central, recibe una orden desde Dos Bocas Tabasco, que era el punto de Pemex que controlaba las operaciones de este equipo móvil de perforación, de sacar el cantiléver a un costado de la plataforma Sea Pony 101, que era un equipo estacionario que explotaba varios pozos de la serie Kab 103.
Este es una parte rodante que alberga el malacate y la torre de perforación a un costado. Dicen los viejos petroleros que este fue el error más grave. Había viento anunciado de más de 120 kilómetros por hora y esto significaba un riesgo enorme dado los movimientos trepidatorios sobre el fondo marino que estaba fangoso.
Otra versión es que se posesionó la Usumacinta sobre unas huellas antiguas de otra plataforma y que eso hundió el fondo marino provocando que el cantiléver golpeara el árbol de válvulas del pozo. Miguel Ángel Solís Rodríguez, de Pemex, y Guillermo Porter Rodríguez, de Perforadora Central, dieron la orden de evacuar. A un lado de la plataforma como parte de su equipo pendían dos botes salvavidas, llamados mandarinas, que serían refugio y transporte para el traslado a una embarcación más grande o a los helicópteros que los llevarían a puerto seguro. Solo un buque pudo llegar al lugar del siniestro: el Morrison Tide, cuyo avezado capitán se abrió paso entre las montañas de agua para rescatar a parte del personal; pero no todo fue éxito.
En estas riesgosas maniobran se erige también la tragedia: el médico que iba ya casi abordando la embarcación fue derribado por una de estas enromes olas cayendo sobre la propela del buque siendo despedazado por las aspas.
Supe de la tragedia ya entrada la noche, del 23, cuando el día se ha gastado y los medios electrónicos resumen los hechos cotidianos. Una llamada inquietante sembró la angustia familiar. Mi hermano mayor, Leslie podría estar entre los náufragos. Hasta donde sabía era superintendente de la plataforma Usumacinta, y las probabilidades de sobrevivir se depositaban en la resistencia de esas frágiles balsas llamadas mandarinas. Y es que los datos aportados por los cronistas no eran precisos. Se sintetizaban en un hecho: Una plataforma petrolera había chocado con otra y se había provocado una fuga de gas sulfhídrico. Un tenue hilo de petróleo ofendía las aguas del Golfo de México. Ante el temor de morir envenenados y por el riesgo de incendio se habían lanzado al mar 73 trabajadores petroleros y estaban a la deriva sufriendo la furia de vientos de 130 kilómetros por hora y el embate de mortíferas olas de diez metros. Quienes estuvimos años en el mar vimos venir la tragedia.
Los náufragos describen aquella aterradora noche como haber bajado al infierno. Coincidió el accidente con el frente frío número cuatro que arreciaba y en pocas horas el mar se convirtió en un carrusel con olas de 8 a diez metros
Un resumen trágico
Los náufragos describen aquella aterradora noche como haber bajado al infierno. Coincidió el accidente con el frente frío número cuatro que arreciaba y en pocas horas el mar se convirtió
en un carrusel con olas de 8 a diez metros y una caótica evacuación, aterrados por el fétido y venenoso olor del gas que impregna el aire con olor a huevo podrido.
Dentro de la mandarina, sobrevivientes describieron con horror. Así escribió la reportera Ana Lilia Pérez en la revista Contralínea el testimonio de Maribel, una de las empleadas de la cocina y sobreviviente: “Yo le decía que se bajara porque ya no se escuchaban voces, ella tenía mucho miedo, decía que se iba ahogar.
Yo le gritaba que dónde estaba, escuchaba su voz, repetía que tenía miedo, que se iba a ahogar… hasta que dejé de escucharla. Luego oí a Hugo Hernández Flores, compañero de Pemex. Él me decía que ya no podía más, que estaba muy cansado. Estuvimos hablando. Le pedí que luchara, que no se diera por vencido, pero él me decía que no, que estaba muy cansado.
‘Ya no puedo más Maribel’; ‘¡Tienes que aguantar, tienes que luchar!
¡Hugooooooo!’… Dejé de escuchar su voz.
“Después escuché que alguien tosía. Era mi amigo Juan Felipe Figueroa, el lavalozas… ‘Maribel, ¿nos vamos a morir verdad?’, me decía. ‘No Juan, no digas eso’. Intentaba darle ánimos. ‘No, Maribel, nos vamos a morir, nadie va a rescatarnos’. ‘No, Juan, no digas eso. ¡Ten fe!’. ‘Maribel, mi chaleco, ¡es que no lo traigo! ¡Lo traigo amarrado en el brazo!’. Le decía que tratara de ver otro chaleco, porque ya se sentía la gente muerta en el bote. Su voz era débil, estaba muy cansado. Le roncaba mucho el pecho. Yo le seguí hablando hasta que el agua nos cubrió.
Durante los días siguientes los muertos y las mandarinas despedazadas fueron apareciendo dispersos por las costas de campeche y Tabasco:
22 en total. Uno de los cadáveres, el del viejo petrolero Guillermo Porter cuyos restos indiferentes fueron entregados en una cobija a los familiares sin el menor recato; pero una verdad quedó al desnudo: la complicidad de Pemex y las empresas por ocultar la información.
En la versión oficial se culpaba a los muertos de falta de entrenamiento. Nunca se dijo que Pemex carecía de barcos de rescate: que alguien inexperto dio la orden que puede inscribirse como la causa raíz: sacar el cantiléver; al carecer de personal especialista el salvamento que fue caótico. A reserva del Morrison Tide.
En la Recomendación 14/2009, la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH) acreditó que por negligencia de Pemex murieron los 22 tripulantes de la Usumacinta:
al término de las maniobras de control del pozo solo dijo a los técnicos mexicanos: “Gracias muchachos, por haber participado”.
Algunos meses después alguien se compadecería con una pequeña compensación económica, mientras se ignora cuántos millones de dólares se pagaron a la empresa que no pudo controlar el pozo y se lo dejó con todas las implicaciones y fuera de las normas a los técnicos de Pemex que fueron llamados a sus casas para suspender su descanso y enfrentar los peligros. Al final, hoy en día se abre una interrogante: ¿Qué pasará ahora si el INAI desaparece y si repite Rosario Piedra Ibarra en la CNDH, cuando Pemex ha recuperado su estatus de Empresa Estatal? ¿Volverá la opacidad y ocultamiento de información?
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AUTOR:
HUGO SERGIO GÓMEZ S.
*Doctor en Medio Ambiente; primer oficial de la
Marina Mercante y profesor de Economía Marítima
en la Universidad Autónoma de Tamaulipas.
hgomezh@prodigy.net.mx
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