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Reflexiones sobre la Infoclastia

 

Por Matteo Castagna

La nueva política de la Casa Blanca de “rotar” a periodistas y medios de comunicación para acompañar al presidente Trump en ciertos entornos, desde la Oficina Oval hasta viajes, solo puede alarmar a los medios.

Hasta ahora, la Asociación de Corresponsales de la Casa Blanca había gestionado la programación del grupo de prensa, garantizando una rotación libre de interferencias gubernamentales.

Las excepciones son: AP, Reuters y Bloomberg, siempre presentes, porque las agencias, con el nuevo método, ven amenazada la libertad de prensa.

En una declaración conjunta, dicen: “Hemos trabajado mucho y arduamente para garantizar que se comunique información precisa, justa y oportuna sobre la presidencia a una amplia audiencia de todas las tendencias políticas, tanto en Estados Unidos como a nivel mundial. “Es esencial en una democracia que el público tenga acceso a las noticias sobre su gobierno a través de una prensa independiente y libre”.

Entonces, ¿qué está pasando con la comunicación que todos utilizamos a nivel mundial?.

Lo explica el periodista Alessandro Paolo Lombardo en Artribune del 26.02.2025. El sociólogo francés Jean Baudrillard (1929-2007), conocido sobre todo por sus análisis de los medios de comunicación, la cultura contemporánea y la comunicación tecnológica, definió proféticamente el “grado Xerox de la cultura”: la transcripción y “la oficialización de todo en términos de signos y circulación de signos”, “la inmensa tarea de almacenamiento estético, de re-simulación estética y reprografía de todas las formas que nos rodean”, que hoy se produce de manera generalizada y capilar con el continuo compartir de cada píxel existencial en el desplazamiento infinito de las redes sociales.

Hoy en día, las redes sociales representan espacios privilegiados para la proliferación descontrolada de contenidos y “corrientes” mentales y videográficas. Flujos y reflujos electromagnéticos de un continuo transmedia que aún deja a la comunicación televisiva convencional con un núcleo duro de influencia.

Se trata, sostiene Lombardo, de un caso de “infoclastia” (palabra y concepto que se proponen aquí por primera vez al debate público), que –siguiendo la definición de iconoclasia contemporánea, ya retomada por Baudrillard– marca la destrucción de la información a través de la desregulación total de la comunicación digital y la proliferación desenfrenada de una cantidad infinita de contenidos contrastantes (alógicos más que deliberadamente ilógicos), tales como para hacer imposible cualquier posibilidad de discernimiento.

Se trata de un fenómeno paralelo a lo que podríamos definir de forma similar como “tecnoclasia por proliferación”, es decir, la multiplicación excesiva de herramientas y tareas digitales en la esfera de la existencia, que acaban invadiendo todos los ámbitos y amontonándose más allá de todo límite razonable, oscureciendo todo horizonte de sentido.

“También la tecnología, al universalizarse, tiende a transformarse en un aparato disfuncional, ya no “orientado a un fin” (Severino), desprovisto de finalidad o incluso de finalidad misma, si no es capaz de perseguir sus propios fines (abundan las profecías de ciencia ficción sobre el tema). De esta manera, pierde el sentido profundo de su presencia en el mundo y se devora a sí misma junto con sus usuarios, quienes ya ni siquiera podrían definirse como tales (al fin y al cabo, como dicen en Silicon Valley, “si no pagas el producto, eres el producto”).

El hombre productor se convierte en «objeto de producción» (Heidegger) y la tecnología misma se vuelve, parafraseando a Baudrillard, tecnoclasta. “Por el momento, la posibilidad de mercantilizar cualquier signo y la vida misma en una perspectiva capitalista sigue representando un punto de convergencia entre el torbellino del desarrollo tecnológico, los procesos de semiotización omnipresente y los de acumulación capitalista”, observa el profesor Lombardo.

Musk y Trump institucionalizaron la infoclastia y Zuckerberg rápidamente se puso en línea. Se trata de una transición oficial de una forma de censura “clásica” (con sabor a siglo XX, a pesar del parche de verificación de datos) al ultraliberalismo de la información, en beneficio de las grandes tecnológicas, aún más libres de redibujar el mapa de significados y valores en función de sus beneficios.

El valor de un contenido ya está determinado por el número de clics, mucho más que por su “posible” verdad (razón por la cual la línea del fact-checking político fue perdedora a nivel económico).

En la lógica infoclástica ya no existe información “correcta” o “incorrecta” o, al menos, no hay diferencia posible de rango entre ellas.

La censura posmoderna e infoclástica modifica el concepto mismo de información, en su conjunto, comúnmente entendido como “formación interna”, a nivel cognitivo e incluso ético. La idea de que eliminar todas las reglas en la circulación de la información y la comunicación producirá ventajas para todos conlleva el riesgo de un “orden del caos”.

Pero así como el liberalismo económico ha producido más libertad para los bienes que para el hombre, las palabras circularán libremente y los pensamientos se ordenarán bajo el control de algoritmos.

El profesor Lombardo concluye: “Y lo mismo ocurrirá con los cerebros, bienes orgánicos para el accionista mayoritario”.

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